lunes, 30 de julio de 2012

Reflexión

Esa tarde me encontré por casualidad con alguien a quién consideraba un enemigo, en el pasado siempre buscamos evitarnos y nuestras voluntades eran tan opuestas e intrínsecas como el día y la noche.

Lo encontré en un pequeño restaurante, mientras pedía mi comida. Entró sin anunciarse y a un lado mío me saludó cordial.

En un tono jocoso me reclamó sobre nuestras rencillas pasadas y mi mente se quedó en blanco por unos segundos, lo único que pude responder fue que no era nada personal, sólo resultado inherente de mis deberes en ese entonces.

La cajera ya había surtido mi pedido y tome la billetera para pagar.

En las manos de este ahora hombre, estaba su usual ramo de flores para vender.

Me di cuenta que observaba mi comida y el billete con el que pagué. Sin reparo alguno me pidió dinero como cuando era un niño y solicitaba dádivas en mi trabajo.

Antes se lo hubiese negado y en cambio recibiría sólo una mirada de desprecio; pero ese día no, ese día recibió mis monedas y una sonrisa.

Tomo el dinero y de inmediato ordenó un plato de comida.

Le di la mano, le pedí que se cuidara y me marché.

De camino a casa sólo podía pensar en que no por más avanzar en el camino de la vida, se aleja uno de su punto de partida.

Muchas veces nos movemos, caminamos; pero el sendero es un círculo y tarde o temprano regresarás al inicio.

Los ciclos y los plazos siempre se cumplen...


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